Otros predios
Bruno Marcos
Me interné por los predios euskaldunes y me sorprendió comprobar que allí también es todo igual. Una especie de diseño universal homologa el planeta, hace a todo territorio igual al precedente. Sólo destaca allí esa coletilla traductora, como una nube innecesaria, que pende de cada nombre, de cada letrero, como si, en cualquier momento fuera a bajar un leñador del caserío y a agradecerles íntimamente que tradujeran el nombre de calle por kalea o cosas así.
Yo les entiendo, a mí también me tira una nostalgia absurda del monte, del caserío en el que nunca viví y del que jamás debería haber bajado.
Con qué gracia ruda y simplona me preguntan los alumnos que si no vamos a hacer nunca cosas, que si sólo voy a hablar yo y ellos copiar. Platican con la misma entonación que ponía yo para contar aquel chiste de dos vascos en un examen de matemáticas en el que uno le dice al otro: “¿Cuánto te da Txomin? –Infinito-. Poco ¿no?...”
No sé de qué manera –omitiendo coletillas- me planté ante esa fotografía de Andrés Serrano en la que aparece la perturbadora anciana desnuda y fumando. Tiene 4 o 5 obras verdaderamente impactantes, buenas, pero otras muchas redundan en escandalizar a quién se deja, es decir a católicos, yanquis, judíos... a los que sabe que no le van a hacer nada. Me pregunto por qué no preparó una fotografía para este sitio en la que un hombre con una txapela gigante moviese los hilos de un trajeado político o clavase alfileres en un chuletón con la forma de España.
Esta gente en su deriva sueña con ser otro Madrid, se ve en su tele. Ayer salía un escándalo futbolístico en el que acusan a sus desconocidos jugadores euskalerríos de salir de juerga y jugar mal, lo mismito que oí de los galácticos.
El caso es que ese museo -que es menos de la cuarta parte de nuestro Ovni- cobra cuatro y medio euros por entrar. ¡Ay, qué sería de nuestro Ovni si cobrase entrada como mandan las directivas europeas! Proporcionalmente más de 16 euros. No se podrían exhibir esas cifras de visitantes, estaría como este museo, vacío, como debe ser.
Lópezlópez tenía tarifa reducida por parado, que debe ser el único en estos predios de tasa de desempleo cero. Aun así le creyeron de palabra, sin mediar tarjeta ni acreditación.
A la salida, entre los universales bloques de viviendas, una cierta intranquilidad me sobrecogió. Circulando como un topo en plena noche engarzaba una calles con otras a lo loco y sin saber cómo me encaucé fuera del predio y entonces tuve una sensación muy rara, quería volver a casa cuanto antes y resultaba que sentía lo que es mi exilio como mi casa. En qué poco tiempo -pensé –se adapta uno, y cuántos peligros tiene esta situación: Engancharse a la huida constante, a la duplicación, a la soledad, a esa deplorable libertad de la deslocalización del yo, a la excusa permanente para estar ausente de todos sitios...
Me interné por los predios euskaldunes y me sorprendió comprobar que allí también es todo igual. Una especie de diseño universal homologa el planeta, hace a todo territorio igual al precedente. Sólo destaca allí esa coletilla traductora, como una nube innecesaria, que pende de cada nombre, de cada letrero, como si, en cualquier momento fuera a bajar un leñador del caserío y a agradecerles íntimamente que tradujeran el nombre de calle por kalea o cosas así.
Yo les entiendo, a mí también me tira una nostalgia absurda del monte, del caserío en el que nunca viví y del que jamás debería haber bajado.
Con qué gracia ruda y simplona me preguntan los alumnos que si no vamos a hacer nunca cosas, que si sólo voy a hablar yo y ellos copiar. Platican con la misma entonación que ponía yo para contar aquel chiste de dos vascos en un examen de matemáticas en el que uno le dice al otro: “¿Cuánto te da Txomin? –Infinito-. Poco ¿no?...”
No sé de qué manera –omitiendo coletillas- me planté ante esa fotografía de Andrés Serrano en la que aparece la perturbadora anciana desnuda y fumando. Tiene 4 o 5 obras verdaderamente impactantes, buenas, pero otras muchas redundan en escandalizar a quién se deja, es decir a católicos, yanquis, judíos... a los que sabe que no le van a hacer nada. Me pregunto por qué no preparó una fotografía para este sitio en la que un hombre con una txapela gigante moviese los hilos de un trajeado político o clavase alfileres en un chuletón con la forma de España.
Esta gente en su deriva sueña con ser otro Madrid, se ve en su tele. Ayer salía un escándalo futbolístico en el que acusan a sus desconocidos jugadores euskalerríos de salir de juerga y jugar mal, lo mismito que oí de los galácticos.
El caso es que ese museo -que es menos de la cuarta parte de nuestro Ovni- cobra cuatro y medio euros por entrar. ¡Ay, qué sería de nuestro Ovni si cobrase entrada como mandan las directivas europeas! Proporcionalmente más de 16 euros. No se podrían exhibir esas cifras de visitantes, estaría como este museo, vacío, como debe ser.
Lópezlópez tenía tarifa reducida por parado, que debe ser el único en estos predios de tasa de desempleo cero. Aun así le creyeron de palabra, sin mediar tarjeta ni acreditación.
A la salida, entre los universales bloques de viviendas, una cierta intranquilidad me sobrecogió. Circulando como un topo en plena noche engarzaba una calles con otras a lo loco y sin saber cómo me encaucé fuera del predio y entonces tuve una sensación muy rara, quería volver a casa cuanto antes y resultaba que sentía lo que es mi exilio como mi casa. En qué poco tiempo -pensé –se adapta uno, y cuántos peligros tiene esta situación: Engancharse a la huida constante, a la duplicación, a la soledad, a esa deplorable libertad de la deslocalización del yo, a la excusa permanente para estar ausente de todos sitios...
1 Comments:
la foto en cuestion se las trae ¿eh?
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